miércoles, 1 de junio de 2022

Juvenal Acosta: "Ciudad visible"

 

Ciudad visible
por Juvenal Acosta
 

Hace tiempo, cuando aún no había leído a Mariel Turrent, Cancún era una más de las muchas ciudades del mundo que quería conocer, pero gracias a las dos novelas de Mariel Turrent, la primera titulada Hasta el último vuelo y ahora esta que usted tiene en sus manos, Oveja negra, siento que ya he respirado el aire caliente de esa ciudad ubicada en la punta de la zapatilla mexicana. Gracias a las historias de Sabina y Marcela siento que he recorrido las avenidas cancunenses, que imagino anchas, que he sentido en la frente el peso agobiante de la humedad y el calor que calcina los techos de sus casas y la arena de sus famosas playas. Gracias a estas novelas conozco ahora otro Cancún, el que no conocen los turistas que lo visitan. También es posible que conozca un poco, gracias a la poesía de estas páginas que es un manifiesto de amor a la vida, la manera en que piensa y siente una mujer autoexiliada hace mucho tiempo que hizo de Cancún el escenario de su realidad y sus ficciones. 

       Hay ciudades que uno recorre nada más a través de los libros que uno abre como se abrían los mapas de papel antes de que estos se digitalizaran y se convirtieran en una aplicación. Yo fui hace muchos años el niño lector que viajaba por las ciudades, los bosques, los desiertos y las selvas del mundo de esa manera. Tuvieron que pasar muchos años para que yo conociera algunas de esas ciudades ficticias; para el momento en que las caminé, ellas, las ciudades y los desiertos y las selvas intangibles, se fueron revelando como algo material y cierto, algo habitado por olores concretos, sonidos y algarabía de idiomas nuevos. Aquellas ciudades no eran las mismas de los libros: eran otras. Aquellas ciudades literarias se convirtieron, además de preservar su identidad original, en las metrópolis sucesivas de todas las novelas y todas las películas que sumé a través de los años a mi primera experiencia de lector. 

        Las ficciones más poderosas y convincentes de las novelas y los filmes hacen visible lo impalpable. Esta es una de las funciones de la ficción narrativa: nos viene revelando desde hace siglos días y noches desconocidos que el lector aprende a desear, dramas que nos dejan cicatrices luminosas, amores y odios profundos. La ficción nos convence de que abandonemos todo aquello que consideramos nuestro y familiar por unas horas intensas y vivamos así la experiencia vital del otro, de la otra, como si fuesen propias. La novela hace visible lo lejano, nos acerca a lo imposible, le enseña al varón a ser mujer, a la niña a ver el mundo como lo ve un anciano, nos entrega sin engaños lo inaccesible, nos transmite la complejidad de una ciudad lejana donde mujeres como Sabina y Marcela recorren sus calles y sus pasillos para entender de que materia prima están hechas la poesía, la noche, los recuerdos y la sangre que transita por sus venas.

        Entender es cuestionar, es poner en tela de juicio. Aquel que en verdad busca la epifanía poética, esa forma de entendimiento humilde y totalizante, no se resigna a aceptar lo que la vida le entrega como dogma, como limosna de la razón y el sentido común; por esto pienso que las mujeres de las novelas de Mariel Turrent, que a mi juicio son los personajes más interesantes, se manifiestan como modelos de insatisfacción y errancia espiritual. 

        Como en las novelas que nos marcan de manera indeleble, las páginas de estos libros están pobladas de preguntas: En Hasta el último vuelo, Sabina se pregunta “¿Cuál es la diferencia entre el instinto, el intelecto y la intuición?”. Mariel Turrent no ofrece respuestas porque esa no es la tarea del escritor. La novelista comparte, en cambio, una historia que nos lleva por el laberinto de la ciudad que ha ido armando como un modelo hecho de palabras a medida que Sabina la descubre. Nos invita a descubrir de qué materia humana están hechas la ilusión, la esperanza y el desasosiego.

        Si Hasta el último vuelo es la novela del descubrimiento de una vida nueva, su segunda novela, Oveja negra, es la confirmación de que las preguntas que se formulan en aquellas páginas continúan vigentes en los días y las noches de una protagonista que ya no tiene la juventud impetuosa y fresca de Sabina, sino la plenitud que otorgan el dolor y la experiencia. Esta otra mujer, Marcela, podría ser la hermana mayor de Sabina. Ahora mismo las imagino sentadas en una banca junto al mar. La respuesta que Marcela podría darle a aquella pregunta de Sabina podría sonar así: “No te preocupes tanto por esas cosas, Sabina. La verdad no creo que haya mucha diferencia entre el instinto, el intelecto y la intuición porque cada una se va transformando por su cuenta a medida que nos hacemos grandes hasta que acaban por parecerse demasiado”. 

        Pero hay que aclarar que esta otra mujer, Marcela, no es Sabina, y tampoco hay que asumir que Marcela sea la autora de la historia, Mariel Turrent, aunque es posible especular que en todos estos personajes, Patricio en particular, haya algo de ella. Aquellos de ustedes que practiquen el vicio terrible de la lectura, posiblemente conozcan aquella famosa declaración de Gustave Flaubert sobre el más famoso de sus personajes, Emma Bovary: “Madame Bovary soy yo”. Tal vez, todos aquellos que escribimos novelas somos, consciente o inconscientemente, las personas que creamos; tal vez modelamos a esos hombres y a esas mujeres con la arcilla frágil de nuestros deseos, de nuestras culpas, de nuestros recuerdos. 

        Oveja Negra es una muñequita rusa, una Matryoshka pequeña que contiene muchas historias. Comienza como una novela negra, pero no es nada más una novela negra. Continúa como una novela erótica, pero no es solamente una novela erótica. Es una novela testimonial que nos narra la vida de un ángel perdido, un detective salvaje de esos que el mundo no se merece, pero no es nada más una novela testimonial. Es, evidentemente, la suma de sus partes, es decir: la suma de la nostalgia por el primo ido, el descubrimiento de la pasión que una mujer experimenta cuando descubre dentro de ella el cuerpo de otra mujer, es la poesía de sus oraciones limpias, las canciones y los poemas que Marcela guarda como amuletos contra la tristeza, las lecturas de sus personajes que aman como ustedes la ceremonia privada de entrar al refugio de un libro, la noche serena de esa ciudad mexicana, de esta ciudad nueva que ahora recorro con los ojos de una mujer que quiere vivir y sentir y darse la oportunidad de ser todo aquello que a veces la vida no quiere que seamos.

Juvenal Acosta
Oakland, California
Mayo, 2021

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OVEJA NEGRA

  TÍTULO DEL LIBRO: Oveja Negra NOMBRE DEL AUTOR: Mariel Turrent Eggleton GÉNERO: Novela PÁGINAS: 246  AÑO DE PUBLICACIÓN: 2021 COMPRA AQUÍ ...