miércoles, 1 de junio de 2022

Miguel Ángel Meza: "El antes y después de Mariel Turrent"

                                                 


El antes y después de Mariel Turrent

Por Miguel Ángel Meza

 

En la historia de las amistades literarias, hay un momento que define un antes y un después. El antes —en el caso de Mariel y el que esto escribe— se fue construyendo al calor de los libros, como si fuera una complicidad surgida al abrigo de ciertas afinidades electivas tanto en lecturas como en visiones del mundo y aprendizajes de vida, siempre con el acompañamiento de las respectivas obras creativas. El después parecería empezar en el ahora: porque percibo que estar aquí, al lado de mi querida amiga, es una especie de parteaguas en esa relación literaria que hemos cultivado a lo largo de casi treinta años, un tiempo pausado en distintos momentos por los apremiantes principios de realidad.

          Como testigo cercano de sus afanes creativos, he seguido con curiosidad intelectual la trayectoria de Mariel Turrent. La he seguido desde aquel su primer libro de cuentos publicado en 1996; luego, durante su incursión en la poesía donde enfrentó las mudanzas prodigiosas del lenguaje; más adelante, en su formación como lectora que no solo devora libros, sino que los asimila con provecho —lo cual constituyó su verdadera universidad—, hasta su apuesta por el género de largo aliento, primero con su novela Hasta el último vuelo —obra de formación y aprendizaje, de descubrimientos tanto de su personaje como de las posibilidades de la autora misma como creadora—, y ahora con esta novela del 2021.

En este seguimiento me he comportado no solo como lector interesado y comprometido con lo que se publica en el terruño, ni solo como editor de una revista literaria en la cual ella ha colaborado desde 1999. Me he comportado, fundamentalmente, como un crítico amigo que se ha tratado de mantener al margen —cuando se convierte en crítico— de los equívocos complacientes que puede generar a veces la simpatía, el cariño y la amistad.

          Y desde esa posición me atrevo a afirmar que Oveja negra es, sin duda, esa obra que marca la entrada de nuestra autora a una etapa de madurez literaria y de nuevos retos, tanto en la lealtad a sus inquietudes temáticas como en la conciencia de su procedimiento formal, es decir, la conciencia de la traducción de realidades personales a una ficción verosímil e independiente. Esa ficción, esta novela, alza el vuelo con tal autonomía y libertad que transporta al lector a un universo que se sostiene por sí solo, con vida propia. Y no solo se sostiene por el interés que suscita en nosotros su protagonista —con sus sueños e incertidumbres, con sus dudas existenciales y su audacia para vivirse como una mujer distinta dentro del cuerpo que habita—, sino, principalmente, por la literariedad de su tratamiento.

Decía Flaubert: no hay temas buenos ni malos, solo hay buenos o malos tratamientos. Esto que hoy parece una obviedad, pero que en el siglo XIX fue una idea subversiva, sigue vigente y debe estar marcada con fuego en el espíritu de los escritores que quieren ser algo más que buenos novelistas. La novela es forma. La belleza literaria depende esencialmente de la forma y del lugar que ocupe la poesía como categoría artística en la representación discursiva, tanto en la prosa que solicita de la poesía sus virtudes —sonoridad, precisión, armonía, ritmo— como de las imágenes poéticas que agregan otra realidad a la realidad vulgar que describen.

Y esta literariedad vale también para la verosimilitud de los otros elementos del sistema novelístico. Por ejemplo, la creación de personajes. Cuando estos entes de la ficción salen de la página y empiezan a caminar frente a nosotros compartiéndonos sus reflexiones, inquietándonos con sus actos, conmoviéndonos con sus sentimientos y toma de decisiones, sabemos que estamos frente a una obra viva. Una obra que puede dejar huella específica en nuestra memoria, como aquellas personas que ayer no conocíamos y que hoy de pronto se vuelven cercanas y queridas en virtud de su singularidad humana.

Es el caso de Marcela, la protagonista de esta obra (de muchas maneras alter ego de la autora), cuya vida antiheroica y convencional esconde pasajes ocultos donde se revela como una mujer intensa que anhela otra vida, con sus pasiones, ilusiones y sueños. Su heroísmo es interior. O como el caso de Patricio, ese prototipo de la libertad, cuyo arrebato existencial recibe recompensas, pero también sufraga facturas vitales cuando la vida suele cobrárselas; pero, sobre todo, es el caso del investigador Oliver Mata. Hombre paradójico y misterioso, que puede parecer a muchos un ser increíble en la realidad, Mata se levanta en la novela con inquietante verosimilitud, tal vez porque refleja las ambigüedades que trasuntan los claroscuros de que somos capaces los seres humanos. Es otra oveja negra en la novela de las muchas que a su manera escapan del rebaño de la medianía, de lo supuesto, de lo corriente, para revelarse si no excepcionales sí sugerentes en su atractiva y compleja individualidad.

          Novela del realismo intimista que escrudiña el alma de una mujer y su transformación, Oveja negra también roza otros géneros: el relato negro al inicio, luego el diario personal —esa especie de noveleta dentro de la novela— y, al final, el guiño de un erotismo suave, más romántico que transgresor, todo ello como pretexto para ofrecernos el texto esencial de Marcela. Representante de una mujer casi típica de la clase media cancunense —una mujer que ha elegido su conservadurismo y su tranquilidad espiritual a sabiendas de que su dicha está lejos de las antípodas—, Marcela es un personaje que era necesario contar en la narrativa local, porque refleja la sensibilidad de esa clase y los principios de quienes la conforman. La intensidad de sus vivencias es interna, sus aventuras no dejan cicatrices externas sino viajes al fondo de sí misma documentados por la reflexión que tiene más preguntas que respuestas, ambientados por la nostalgia del tiempo que sedimenta las experiencias de vida, decantados hacia la elección de la paz interior.

          En el panorama de la literatura cancunense, la figura de Mariel Turrent va cobrando cada vez mayor visibilidad, consistencia y prestancia literaria. En tres años, dos novelas la han ubicado en un lugar preponderante entre las y los escritores locales que se han ocupado de este género en nuestro pasado reciente, y se erige como un acicate y un reto para los que están trabajando en él en este momento. Con estas dos obras, Mariel se ha alejado de ese concepto abstracto que es la literatura para empezar a escribir su literatura, como le recomendaba Alfonso Reyes al joven Ricardo Garibay, cuando este le decía que abandonaba la investigación académica (lo que no se le daba ni por temperamento ni por vocación). Olvídese de la literatura —le decía Reyes— y ocúpese de su literatura, lo que quiere decir:  exprese su propia voz, hable de lo que le atañe, grite lo que le sale de las entrañas. Me parece que Mariel ha entrado ya en ese camino.

Tal vez me equivoque, pero intuyo en Turrent —en este punto de quiebre de su trayectoria— un paso adelante en su designio interior de convertirse en creadora. Herman Hesse lo definía como la necesidad de cada uno de vivir la historia personal a partir de las renuncias. La única manera de alcanzar la meta —afirmaba el autor de Demian— es atreverse en reemplazar a los guías, abandonar a los maestros, alejarse de las tutelas para enfrentar en solitario la búsqueda de las nuevas rutas.

Finalmente, pienso que, con Oveja negra, la escritora ha agregado una parcela más a nuestro mapa literario. Una parcela que ayuda a perfilar otros rasgos del rostro de nuestra ciudad, otras formas de su temperamento, un espejo más de su diversidad. Y está contribuyendo mediante su literatura a construir esa identidad cancunense tan elusiva en su continua transformación.

    Hay que leer esta novela no solo porque es una obra bien escrita, con trama exterior e interior de dosificado suspenso y una intertextualidad posmoderna de pertinente riqueza, sino porque es emotivamente honesta. No es una obligación por supuesto, pero los lectores locales deberíamos atender más los productos de nuestros autores, sobre todo en un momento en que el fenómeno literario cancunense ha entrado en una fase de sazón propositivo que expresa cada vez con mayor preocupación artística la problemática de nuestra ciudad. Esto no solo contribuye a cerrar el círculo virtuoso de la escritura, sino propicia la consolidación de un sentido de pertenencia tan necesario a nuestra comunidad cultural cada vez más activa y pujante. 

         

Miguel Ángel Meza
Cancún, Quintana Roo
Mayo, 2022

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OVEJA NEGRA

  TÍTULO DEL LIBRO: Oveja Negra NOMBRE DEL AUTOR: Mariel Turrent Eggleton GÉNERO: Novela PÁGINAS: 246  AÑO DE PUBLICACIÓN: 2021 COMPRA AQUÍ ...